amo . 1 . 2 . 3 . 4 . 5 . 6 . 7 . 8 . 9 . 10 . 11 . 12 . 13 . 14 . 15 . 16 . 17 . Entornos de Oba Allí estaba junto a otros pocos cercanos caseríos, la vivienda ancestral de los que amaban el huerto; del que vivieron hasta que la vida los descendió por los valles primero, hasta llegar un día a Bilbao, donde nació Sebastián, nuestro abuelo. Katy y Juan Antonio en su caserío, un martes 23/5/2000 Grata sorpresa me deparó encontrar "nuestro" viejo caserío, (te 94 6319253) hoy remozado con mucho amor. Y en él, al amable restaurador de sus bellezas, Juan Antonio Ayesta Larrea, que acompañado de su musa Katy, esperaban alertados por Jon Jauregi, mi inevitable presencia.
Por ser como soy, quiso lo fugaz transformarse en amena charla, prolongada no hasta el alba, pero sí hasta el crepúsculo, dorando las verduras y apurando mi cámara para apresar sus maravillas desde esta admirable altura.
Allí me encontró la tarde fotografiando este rostro de María Luisa Ocerinjauregi de Bikarregi; nuestra inmediata vecina en Oba alto, (que ya encontré una bisnieta en Colombia), anciana maravillosa, rodeada de sus hijos y de Edurne, su hija rebosante de sorprendida simpatía. Allí me encontró la noche que suave caía sobre la altura, habiendo dejado el valle en sombras que ya subían tardías. Un lugar maravilloso que sería sueño imposible de cualquier mortal "civilizado". La imagen que sigue muestra a nuestros más inmediatos vecinos en Oba alto:María Luisa, a su lado Edurne, a la derecha Tere, esposa de Josera (biólogo), y el que suscribe Allí me envolvió la noche; sin prisa; sin temor. ¡Qué buena noche me regalaron las sábanas limpias llenas de apresto de Aramotz. Que no alcanzaron empero a calmar mi aceleradísima ánima.! Éste fue mi primer día. Ya cabe comunicar a mis cercanos homónimos, las huellas que arrastra ocultas nuestro extraño apellido, al que he visto archivado en siete grafías diferentes, incluyendo haches en los lugares más insólitos, y que al decir del prestigioso Michelena, quiere decir ni más ni menos que "amore hortu", en latín, amor al huerto. En vasco, huerto pierde la hache. Y con algunas ligeras afirmaciones tozudas al huerto, quedó lo que todos tozudamente ignoramos cuando pronunciamos nuestro apelativo Amorrortu. Memoria amorosa al huerto junto a la no menos amorosa de Eitzaga, obligada a la caza y a la pesca, que bien discreto resaltan todo lo natural que de la vida hemos eludido; sin imaginar ni pesar, cómo un día nuestro propio nombre, en algún rincón del alma pudiera resonar. ¡Cuánta maravilla anda dando vuelta en la punta misma de nuestra nariz con discreción aterradora! Ninguna musa podría tener la delicadeza superlativa y recóndita del encapsulado Ego. A aclarar que no constituye reclamo alguno a la divinidad de las musas o de nuestra más humana musa. Pero sí afirmar que el meollo de los meollos de toda identidad, se sostiene en el silencio siempre subterráneo de cada cimiento. Que nuestras musas conocen en detalle aunque nos lo velen con sus encantos. Al elegirnos, eligen esos cimientos en la esperanza de poder construir apoyadas en ellos. Por tanto no sólo no hay reclamo, sino agradecimiento al menos, a ellas que inconcientes lo ven y nos aprovechan hasta donde los cimientos soportan. Que en estas regiones ya la conciencia humana en abismos insondables se pierde; y luego sólo en inconciente de trabajo y amor aflora. Nociones anteriores a todo pensar, reflexionar, analizar; que se regalan al vivenciar desde el vacío de las pérdidas; y desde el capullo de Ego dan a regenerar. Oba nos ha llevado alto desde muy abajo. ¿Cuán alto? ¡Cuán abajo!
Así nuestro primer día, tan completo y cargado de identidad como ningún guía turístico alcanzaría a imaginar. Mi segundo día en Bizkaia me hizo conocer la fina lluvia que riega todas las huertas. Y en vista que no estaba muy armado para salir al encuentro de las gentes guarecidas, me tomé el bus a Bilbao. Allí algo más despejado me di a recorrer la Gran Vía. Y como hacía años no lo hacía, me refugié en un par de hermosas librerías. Ese mediodía y esa tarde pasaron entre libros, que desde todos los rincones del alma me hacían guiños. No bastaron esas horas, y así quedó abierto el deseo de repetir la recorrida. Al atardecer, probé la buena atención y abundante comida de mi posada rural. Jon Jauregi me regaló luego en la barra, la presentación de algunos parroquianos amigos, que enmarcaron un solitario día. La vida en Dima, de lunes a jueves, concluye para todos a las 22 horas. Luego todo el mundo a dormir. Nadie entonces quedó en sus calles. Y así este día terminó para mí. El tercer día, un miércoles 24, ya en el desayuno, me encuentro con uno de esos parroquianos. Josera Aiarza, joven, guipuzcoano, biólogo que había pasado toda la noche persiguiendo murciélagos; cuyos comportamientos estudiaba, luego de colocarles un chip. Toda la noche en vela, para terminar desayunando juntos. Corpulento y de gran simpatía, habría de encontrarme con él casi todos los días en el desayuno. Ese día a Yurre (Igorre), la más vecina a Dima. Caminando esos tres kilómetros por la ruta, en la esperanza luego, de arribar subiendo el monte, a Santa Lucía. Pero quiso la vida sorprenderme sin jamás soñar lo que me esperaba al entrar en Yurre. Una población bastante más importante en escala que Dima. Con numerosas viviendas modernas agrupadas y toda la planta de una ciudad moderna, que había dejado atrás de su larga calle central al pasado. Aun así alcancé a vislumbrar por una callejuela transversal un caserío algo más importante que los que había visto hasta entonces; y muy bien restaurado. Era la Antigua Casa Parroquial de Yurre. Al acercarme descubro la identidad en ella, de una vivienda parroquial que había entre otros pertenecido a un celebrado párroco, Don Hilario de Soloeta, cuyo busto a un margen de la casa me observaba. Advertido que la vivienda luego de restaurada había sido transformada en sede de los ayuntamientos vecinos, me animo a entrar y con curiosidad recorrerla y dialogar con quienes fueran. Tan buen trato me movió a relatarme como nieto de Sebastián de Amorrortu. Así fue que lloré medio océano, para acabar diciéndoles que no comprendía nada de lo que me acababa de pasar. Pocos días más tarde, al visitar el archivo eclesiástico en Derio me enteraría que su apellido materno era Amorrortu y había criado a tres niñas huérfanas de madre y padre, también Amorortu hasta su mayoría de edad. Recién entonces caí en la cuenta del origen de esos llantos inexplicables y extraordinarios. Años más tarde apareció por estos prados bonaerenses Joaquín Fernández Lera Soloeta (Quin), cantautor y pariente del cura párroco. Era lo que me faltaba. Así es que hoy todos mis videos llevan su música. En un festival en la plaza de Santiago de Compostela Joaquín Sabina confesó al público, que Quin había sido su maestro, aunque su Balada para un niño abandonado parece salida de otro pellejo
Alelado de lo que había vivido seguí mi camino, ahora en busca de un gorro que me protegiera del fuerte sol del mediodía. Las callejuelas me llevarían al otro lado del río, ya rumbo a Santa Lucía, donde encontré la calidez que me seguía. La tarde recién empezaba a doblar el mediodía; y el camino en cuesta suave remontó mis pasos a un sin fin de antiguos caseríos. También habíamos marcado con la mirada, el más antiguo y ruinoso, pero no menos hermoso de los Ibarrondo, de cuya Isabel, esposa de Juan Larrea, también nosotros descendemos. Desconcerté aquí a una antigua vecina que no alcanzaba a entender qué atraía mi atención, para dedicarle a estas ruinas tanta fotografía. Las casi ruinas de Ibarrondo, llenas de acopios de labranza en su establo y demás ámbitos, tenían un atractivo incomparable; desbordado de vida a pesar de los visibles olvidos. El tiempo había hecho lo suyo; pero el espíritu del caserío no se rendía, y era más bello que los que tenían asegurada sobrevida. Generaba atracciones que sin duda alguna atraparían la atención del que habría de recoger oportunamente la suerte de ponerle caricias restauradoras. Estas antiguas viviendas hablan a todos los puntos de vista del alma. Tal gratificación recibí, que poco esfuerzo me tomó llegar a la hermosa ermita de Santa Lucía y San Cristóbal, que luego tras un par de curvas me dejaría enfrente del caserío de nuestra familia Eitzaga o Iza, hoy de Aldecoa. y a quienes tuve oportunidad de conocer y volver a tratar días mas tarde con Maitena y María del Pilar Eguren. Antiguo caserío de los Eitzaga, hoy de Aldecoa La tarde recién empezaba y seguiría facilitando encuentros por otros caminos; que a pesar de diluirse las sendas en el monte, me fueron conduciendo a lugares más íntimos. Habitados en silencio; comparable a los habituales míos. Así el rumbo me llevó a Zuña; luego a la torre de Uxar; luego a Biteriño donde localicé los antiguos caseríos de nuestros ancestros Abasolo y de nuestro más propio Garay. Aquí la pequeña ermita de San Millán, marcaba el cruce de los caminos que ascendían a Artaun, o continuaban a Bikarregi. La tarde avanzaba con la misma tardanza con que guiaba sin cansancio mis pasos, hasta esta última etapa de mi jornada. Santa Águeda en Bikarregi es la ermita que dio origen desde el capital de gracias de su antiquísimo eremita, a la atracción de caseríos que un día se organizaron en cofradía, y a la cual Oba, Artaun, y Santa Lucía, aun pertenecen. A este eremita dedicaría esta obrita La primera manifestación de organización social que conocieron nuestros ancestros, fue surgiendo de la esfera comunitaria que se gestó durante siglos en esta cofradía. Recorrer a pie estos caminos, es darse a vivenciar las infinitas travesías que durante siglos se repitieron, sin cambiar siquiera sus huellas. Mi día había marchado recorriendo el pasado, presente, protegido. Ver en el plano estos recorridos Index . . Oba . 1 . 2 . . amo . 1 . 2 . 3 . 4 . 5 . 6 . 7 . 8 . 9 . 10 . 11 . 12 . 13 . 14 . 15 .
|