amo . 1 . 2 . 3 . 4 . 5 . 6 . 7 . 8 . 9 . 10 . 11 . 12 . 13 . 14 . 15 . 16 . 17 . Aide eidos aidego Aunque fuera de uso, aide y aidego traducen como pariente, parentesco. Eidos en griego homérico era "pariente". Un siglo y medio más tarde ya era parecido". Y otro siglo y medio más tarde solo era "idea". A tal punto Psijé se ocupa de tapar las huellas de las raíces y las savias. En este caso, aide y eidos reconocen la misma fuente; no sabemos si vasca o indoeuropea. El vasco, aunque con poco uso, conserva el sentido original. Estos textos, frutos de azarosas búsquedas en archivos, algunos sufrimientos, consiguientes esfuerzos y permanentes remisiones a las tierras y vidas de nuestros ancestros, son mis recuerdos. Incluyendo pequeños anexos: de bocetos del viaje a Bizkaia de Guillermo von Humboldt en 1799; A Uds. mi familia, acerco esta más reciente compilación, para que en alguna oportuna necesidad, su consideración alcance a estimular. Al final de su relato Mikel advierte que Don Sebastián más que seguir un culto, hizo un culto de sus convicciones, con ese instrumento que fue su trabajo. Estuvo maravillosamente contenido por la abuela, pero había sido previamente lanzado a su destino, a través de innumerables infortunios. Hospedar esas heridas en su alma de los espíritus familiares y amicales que cohabitaron en ella, entiéndase al menos: Sergia de Urtiaga y Sabino de Arana, forjaron en su amor propio, el tesón, la perseverancia, para ayudar a sostener y valorar su familia, su patria y sus arquetipos, con un sacrificio que sería exasperante para nosotros imaginar, si no intuyéramos que éste fue para él, el más dulce e indelegable de sus oficios.
¿Cómo sería el abuelo si volviera hoy a nacer? Recuerdo mis años más duros en el campito, haber sentido en los momentos más difíciles su consuelo. Todavía hoy recuerdo aquel lejano día de la tradición, donde me vienen por accidente a visitar, toda una delegación de turistas vascos; que yendo con otro rumbo vienen a parar aquí. Incluido entre ellos un asesor del Lehendakari que había estado con mi hijo Sebastián en la casa de Ardanza unos meses antes; y todos ellos, no solo contentos, sino que repetían: Y aquella otra sorpresa de descubrir en tanto Mikel pronunciaba su conferencia, que se cumplían 75 años del primer izamiento de la Ikurriña en la Argentina al tiempo de encontrarme desplegando una de 200m2 en medio de este prado y solitario. ¡Para qué contar la cantidad de vascos y vascas que han festejado este lugar! El último azar que anidó en mis sentimientos es el que sigue. Alguno de vosotros ya me ha escuchado decir, que a falta de una cosmovisión teocéntrica o antropocéntrica, bien cabe una pequeña visión ancestrocéntrica. De la caza y de la pesca, el señuelo de la flor Hace casi un cuarto de siglo vi a una niña de apenas 2 años pescando junto a sus hermanos a orillas de un majestuoso lago del Sur, quien con una vara de mimbre en su mano y un pedazo de hilo encontrado en su camino había atado en un extremo su señuelo: una simple pequeña flor del suelo de aquel alto prado. Lo cierto o incierto de aquella pesca es este pez que hoy se mueve con gusto en vuestras aguas. Esta era, 5 años más tarde, la niña de este cuento Querida familia: hoy 12 de Enero de 1999 a las 16hs. concluí esta primera relación de la historia familiar de nuestro abuelo Sebastián. Y quiso el azar, en tanto revisaba estos papeles en el colectivo de regreso a casa, descubrirme que este mismo día, a esta misma hora, (una en 8760 posibilidades), el 12 de enero de 1841 a las 16 hs., nacía nuestro bisabuelo Benito; a quien por otra parte vengo festejando desde hace unos años en un boliche bailable y en una escultura en el campito. Hace un par de décadas comencé a vivenciar al tiempo que me desestructuraba, la patencia de campos ancestrales de mis seres queridos revelándose como el rostro familiar de Dios. Algo así como nuestro relativo absoluto. Sin duda ellos conocieron los mismos arquetipos varias veces milenarios de nuestra cultura y buen provecho obtuvieron de ellos. A mí me ha tocado en suerte, dada mi locura, sentir en mi inconciente, en mis sueños, en mis deseos, en mis azares, como el de hoy, sentir repito, que ellos son mis arquetipos personales, y que he vivido más que una buena parte de mi vida de eso que hace años llamo: su capital de gracias. Nunca discerní sobre estos caminos en que la vida me puso, antes de descubrirme ya en ellos. Por tanto no intento desarrollar un teorema sobre la identidad humana y divina, sino agradecerles a ellos que me lo descubrieron, y en el largo trayecto de todos estos años me lo fueron siempre regalando.
No espero esto vaya a resolverse en los próximos meses. Si bien este árbol como simbolización de los campos metafísicos que atesora la vida familiar, sólo en los momentos de mayor dolor o emoción se suscitan o develan; al celebrar los 50 años de la muerte de nuestro abuelo Sebastián, me viene a la memoria la misma celebración que cupo entonces a un sacrificado compatriota sanjuanino. En esa oportunidad, de éste, nuestro árbol tan particular, así expresaban: Tu que pasas y levantas contra mi Tu brazo, antes de hacerme daño mírame bien. Soy el calor de Tu hogar en las largas y frías noches de invierno. Soy la sombra amiga que te protege de los rigores del sol. Mis frutos sacian Tu hambre y calman Tu sed. Soy la viga que soporta el techo de Tu casa; la tabla de que está hecha Tu mesa, y la cama en que duermes y descansas. Soy el mango de tus útiles de trabajo y la puerta de Tu hogar Cuando naces Tu cuna es de mi madera, Soy paño de bondad y flor de belleza. Hazme respetar: soy Tu árbol. Cuando miramos en los horizontes de la vida familiar, nuestro presente siempre acerca esos límites al recuerdo de nuestras heridas recientes. En el trasfondo de todas las vidas familiares hay acumulados capitales de gracias que todas las riquezas visibles del planeta jamás podrían equiparar. Esa es la madera a que hace referencia el texto. Esos capitales de gracias acumulados por siglos, tan vivos en sus genes y en su genialidad, a pesar de no ser visibles, permanentemente se hacen sensibles: en nuestros ánimos, en nuestros azares, en nuestras intuiciones y sueños. Son ellos en esencia el ombligo de cada una de estas manifestaciones profundas. Y es nuestro cuerpo, y es nuestro trabajo, el que les da entidad. Este árbol de gracias es nuestro compañero, tanto en las vigilias como en nuestros sueños. Por cierto que tanta eternidad descubre en sus entretejidos todo tipo de conflictos; pero todos en algún momento, en esta vida o en la otra, nos vemos impelidos a la conciliación y posterior restauración. Me ha tocado en suerte descubrir en estos mismos pequeños pueblitos, infinidad de apellidos increíblemente cercanos; entre ellos el de mi propia alejada mujer Claudia Jofré Aréchaga, no sólo en vecindad repito, sino en concreta relación matrimonial. Hoy no tengo la más mínima duda que nuestros abuelos hace siglos ya se conocían muy bien, y algo entrañable ya juntos vivieron. Me han sobrado capitales de gracia. Sin la menor duda he dilapidado bastante. Pero heme aquí dado a la tarea de recordarlos, con tanto agradecimiento como no podría expresar sino en trabajo, cargado de su más original identidad. Sin duda estos sentimientos afloraron de la mano mágica de la locura. Y agradezco a los ancestros de mi alejada mujer me hayan arrojado al vientre de mi padre. Cuando uno lee en el antiguo testamento, esta frase suena más bien a maldición. Y seguramente para entrar en comunión con este vientre resulta imprescindible llegar hecho pedazos; el más grande del tamaño de un grano de harina. Cuando me preguntan: por qué no viajo, advierto qué difícil es narrar a dónde he viajado, y a dónde sigo, gracias a mi trabajo viajando. Al hacer hincapié mi búsqueda en las hebras familiares de mi abuelo Sebastián, fácil resultaría advertir que estoy ignorando a todas las abuelas. En mis vivencias he advertido que quienes parecen disponer los primeros manejos de estos capitales de gracia son ellas.
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